








Llevo una buena temporada inmerso en la lectura de las tres novelas de Donna Tart: El Secreto, Un Juego de Niños y El Jilguero. Llegaron a mi a través de la versión cinematográfica de la última, dirigida por John Crowley e interpretada, entre otros por Oakes Fegley, Aneurin Barnard, Finn Wolfhard, Sarah Paulson, Luke Wilson, Jeffrey Wright y Nicole Kidman. La historia se articula a partir de la pintura El Jilguero Atado de Carel Fabritius de 1654 y la trama desemboca a traves del cuadro a lo largo de la vida de Theo, el protagonista. No revelaré más por no hacer spoilers para fastidiar lecturas o sesiones de palomitas. Me ha encandilado la idea de cómo una obra de arte puede condicionar la vida de una persona hasta sus últimas consecuencias. Por supuesto ayuda que la pintura sea de uno de los pintores de Delft y discípulo de Rembrant. Por cierto, Fabritius fue el único de sus alumnos que pese a morir joven, por una explosión (otro guiño de la novela), supo desarrollar un estilo propio.
Si hicieramos la pregunta “¿Cual es la pintura de tu vida?” a cualquier persona, acólita o no del mundo artístico, sería interesante ver las respuestas y averiguar si dichas obras han influido en el devenir de sus actos, en la toma de sus decisiones o en la formación de su carácter. Pienso ahora en Stendhal cuyo extasis, desmayo y mareo frente al renacimiento italiano florentino dió nombre al mal que causa al observador sensible la acumulación de arte en pocos metros cuadrados.
En mi caso, confieso que, con riesgo de parecer muy nacionalista (nada más lejos de mi), tengo una predilección por el Cristo en Majestad del ábside de Sant Climent de Taüll. Y la anécdota es parecida a la del pequeño Theo de la novela. Mi primer contacto con la pintura fue de muy niño en una excursión inolvidable que hicimos con el profesor de tercero a lo que ahora es el MNAC, entonces aún Palacio Nacional de Barcelona. Allí lo vi por primera vez y quedé hechizado por la mirada severa, la línea del trazo y los colores azules, marrones y rojos tan sabiamente dispuestos. Años después, de mayor, aprendería que forma parte de una iconografía represora planeada para embelesar a espectadores inocentes y despertar el miedo al milenarismo. Pero a los ojos de un niño era mágico.
Lo curioso es que no soy creyente en absoluto, pero desde ese momento supe que si algo quería hacer con mi vida era dibujar como había hecho el maestro anónimo del Cristo, tan cercano en su estética a los tebeos que leía. Aunque crecí con Picasso en paredes y libros de casa, fue la admiración infantil por el Pantocrator de Taüll lo que motivó mis aficiones y después mis estudios con la consecuente carrera profesional. Pues si, la ficción y la realidad se pueden mezclar sin aviso previo.
Recomiendo la lectura de esta autora por su saber hacer en una escritura que cabalga entre lo comercial y lo culto, literariamente hablando, y cuenta con un soberbio manejo de la narración y el lenguaje. A lo mejor, además, encontráis también la pintura de vuestra vida. Imperdible.
A mi també em va impactar el Pantocrator de Taüll, però no és una de les meves obres preferides. Em costaria molt triar-ne una! Confesso, però, que em va meravellar veure en directe algunes obres de Van Gogh en el museu d’Orsay a París. Salut i art!
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